Si vas a ser abuela, toma aire y espera

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La paciencia es la más heroica de las virtudes, precisamente porque carece de toda apariencia de heroísmo. Giacomo Leopardi 

¿Esperar?  Sí, has escuchado bien.

Esperar  a que tu hija o tu nuera te busque, te pregunte, te reclame, te necesite. Que sea la futura madre la que hable del tipo de ropa, cochecito y otros enseres que les gusta para su hijo, antes de comprar amorosamente esas cositas que te encantan sólo a ti.

Esperar a la sombra cuando el parto comience. Dejarle que viva esos momentos únicos, a ella y su pareja. Que tus opiniones sean sugerencias, ideas, pensamientos, reflexiones.

Esperar tras la puerta sin avasallar.  No rompas el hechizo de caricias, besos y miradas con una presencia incómoda durante la dilatación.

Esperar a que  sea la futura madre la que exprese sus dudas, sus miedos, sus deseos a la matrona o al ginecólogo. Trátala como una persona adulta.

Esperar a que sean ellos los que demanden tu presencia, los que soliciten que te quedes o los que te sugieran que permanezcas en tu hogar hasta que decidan avisarte.

Si lo haces, si lo consigues, te sentirás grande  por dejarles su espacio a ellos, por respetar su tiempo. Te sentirás sabia por no infantilizar a tu hija en ese momento intenso y agotador, por no recriminarle a él su torpeza y, sobre todo, por no interferir en un proceso que, para bien o para mal, corresponde exclusivamente a ellos dos.

Después cuando tu hija o tu hijo  te muestren a su bebé, tu querido nieto, sonreirás por haber logrado tratar a esos dos seres que tanto amas como lo que son, una pareja maravillosa que acaban de convertirse en padres. Enhorabuena, abuela, de parte de ellos, que a veces no atinan a hilvanar las palabras de afecto y  sobre todo, mil gracias por tu infinita paciencia en ese momento tan delicado.

Familiares y padres en el parto. Guerra y Paz

 

Familia, Partos


Elefante Nikolai Zinoviev

Sucede a veces que se discute porque no se llega a comprender lo que pretende demostrar nuestro interlocutor”.

León Tolstói

Tres de la madrugada del mes de septiembre. Ana está de parto acompañada de su marido. Ambos esperan su primer hijo emocionados, felices. Sentada en la pelota azul, la futura madre  respira tranquila y confiada hasta que  llega la celadora. Al parecer los padres y suegros se encuentran fuera, esperando ansiosos y reclamando información de cómo va el parto.

Ambos se miran, ella cierra los ojos, él respira fuerte con la boca cerrada. El marido molesto habla de su enfado.

−Dijimos que les avisaríamos cuando naciera el bebé. Debían esperar en casa. El parto es cosa nuestra, de mi mujer y mía. ¿Por qué han venido? –se levanta de la silla y comienza a caminar por la habitación destemplada.  Mira a la celadora−. Dígales que está bien y que recuerden lo que les dijimos: Cuando nazca, lo sabrán.

¿Chantaje emocional, presión familiar, manipulación afectiva? o tal vez  creencias sociales personalidades dominantes, costumbres, roles… Un batiburrillo de todo esto.

La mujer que va a parir debe centrarse en su parto, su esfuerzo, su calma, su momento. Por lo general, cuando la familia espera fuera, ella está más preocupada por los que aguardan impacientes que por su propio proceso o por su pareja.

El resto del parto de Ana  transcurrió más o menos bien, entre miradas y palabras referidas a los abuelos, dejando que las tibias horas de la madrugada dilataran la espera.

Sucedió que los abuelos llamaron a la pareja, la abuela llamaba constantemente, y al  comprobar que los móviles se hallaban apagados,  imaginaron lo que estaba sucediendo y corrieron la voz. Después, el camino previsto,  subieron al hospital, comprobaron que la hija se hallaba ingresada en paritorio y esperaron sentados desde la dos de la madrugada.

Un velo incómodo y molesto cayó sobre los futuros padres desde que la celadora apareció. A veces el marido miraba el móvil que tenían en la repisa blanca, junto a la pared, sin decir nada.

A veces la mujer insistía con voz débil para que saliera fuera a informar. Resistieron hasta las ocho de la mañana cuando salió el padre, presionado por su esposa, a los pocos minutos de nacer el bebé.

Ante madres/suegras controladoras, obsesivas, acaparadoras, las hijas se sienten presionadas, coaccionadas, débiles. Al final ceden. Ceden por piedad,  condescendencia, por complacer la voz de la sangre, por obligación, por debilidad.  Y además cede la mujer. Creo que en el fondo de todo ceden para mantener un equilibrio entre ella, su pareja y  los familiares. Un frágil equilibrio entre la guerra y la  paz.

Síndrome de Couvade. El embarazo de papá

«Sufrimos o nos deleitamos en función de sentimientos reales. En sentido estricto, las emociones son exterioridades»

     Antonio Damasio

 imagesPapa está embarazado también, en su cabeza, para que mamá no se sienta sola. Es la respuesta que da el pequeño Samuel cuando su abuela pregunta: ¿Qué le pasa a tu padre?

La buena señora se muestra preocupada. En este embarazo, su yerno no para de vomitar, igual que su hija hace un par de semanas. Pronto cumplirá cuatro meses y no entiende lo de ese hombre. A veces presenta  náuseas, antojos alimenticios, se levanta de madrugada para comer, tiene calambres, está más gordo y, para colmo de males, hoy está tirado en el sofá con un ataque de ciática. Increíble.

Unos minutos después, la futura abuela se siente más tranquila. Su hija le ha explicado que su marido sufre lo que se conoce como Síndrome de Couvade, algo inocuo y pasajero. Aliviada, respira tranquila.

Curiosamente es más frecuente de lo que se cree. Entre un 20 y un 70% de hombres presentan este síndrome. Llamado así, Couvade, que significa incubar o criar, del francés “couver”

El síndrome de Couvade es más frecuente en padres primerizos y suele manifestarse  hacia el final del primer trimestre de gestación de su pareja, o bien en los últimos meses del embarazo.

¿Causas de esta gestación empática? Se mezclan varias teorías: respuesta de adaptación al nuevo rol social, envidia por la capacidad de gestar o solidaridad inconsciente hacia su compañera.

Lo cierto es que este cuadro de síntomas somatizan la ansiedad frente a los cambios previstos, siendo capaces de alterar  los niveles  hormonales en el hombre. Aparecen cambios en testosterona,  cortisol y prolactina. Se cree que dichas alteraciones están inducidas por las feromonas que secreta la embarazada, para favorecer conductas de protección y cuidado hacia su familia.

Un estudio reveló que los padres que habían experimentado el síndrome de Couvade respondían más rápidamente al llanto del  bebé. Probablemente inducido por el aumento de prolactina que presentaban estos hombres.

¿Qué hacer?

Comunicarse con la pareja, mostrar los miedos, las dudas y sobre todo tener en cuenta al compañero en todas las decisiones que se tomen, respecto al   embarazo, parto y crianza. No suele requerir tratamiento psicológico. Un poco de comprensión y paciencia suavizaran las conductas anómalas. Por supuesto, lo último que se recomienda es bromear o ridiculizar al desconcertado varón que no comprende que le está pasando.

Todos estos síntomas desaparecen tras el nacimiento del pequeño, formando parte del cuadro anecdótico que luego podrán, papá y mamá, contar.

http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3628883/

Un mar de dudas. Ser madre

 

“Una llega a ser madre sin haberse preparado para serlo”

Victoria Camps

 

ser madre, maternidad, miedos, temores

Loreto está embarazada de su primer hijo. Se siente perdida ojeando revistas plagadas de consejos y buenas intenciones. Faltan unas semanas para conocer al pequeño Pablo y no para de sudar a pesar del aire acondicionado de la librería. Camina despacio con las manos en la espalda, incómoda, molesta. Junto a las escaleras, un estante con diez títulos sobre madres, crianza, miedos, soluciones… desamparo.

Lo que más le asombra es esa fachada de mamás alegres que aparecen en las cubiertas, todas sonrientes, jóvenes, delgadas, guapas, atractivas. Ojea los libros y siguen y siguen  las fotografías, en color, de madres seguras, felices, niños rollizos y papas entregados. ¡Que escaparate tan irreal!

A pesar de las docenas de páginas de internet que ha consultado, las revistas de bebés que hay en su mesita y los libros prestados, ella se siente pérdida, insegura. Si el exceso de información es dañino para la salud social (Jose Mª Izquierdo) no digamos nada de la salud individual.

Lo cierto es que Loreto  duda entre comprar o salir corriendo para dejar de sentirse rara. No sabe que elegir, no sabe que pensar. Entre tanto llegan las palabras de su marido. Tan asustado como ella, no deja de darle ánimos constantemente. Sonríe. Sigue tu instinto de mujer, tu instinto maternal.  Son las palabras tibias, cariñosas que le lanza cuando la ve rodeada de  revistas. Loreto suspira pensando en él. Hombres. Deja los libros ojeados en la estantería  y se va.

¿Tengo yo instinto maternal? Se pregunta al atravesar la puerta. Recuerda a su compañero entregándole  esas dos palabras, como un salvavidas, a ese mar de dudas y miedos donde navega desde que está embarazada.

Instinto maternal. Para algunos una construcción social, para otros una secuencia comportamental de algunos mamíferos. Una especie de aprendizaje vicario (el que asimilamos por observación) que se aprende en la infancia.

Aunque en esto tengo mis dudas. Hace unos meses una ginecóloga embarazada expresaba su desconcierto porque ella no sentía el instinto maternal. No se veía de madre. Como si la maternidad fuera algo ajeno a su ser. La vi hace unos días, radiante, feliz,  pensando en volver a embarazarse ahora que su hija tiene tres meses. Recuerdo que las madres veteranas le animábamos a preguntarnos, a recabar información de suegra, cuñadas, hermanas, madre y como ella sonreía al decirnos; por supuesto que lo haré. Seguro que os llamo.

Una información masiva es inadecuada. El exceso de consejos abruma y desborda las expectativas de la madre.  Hemos pasado de buscar la ayuda sabia de la experiencia cercana de familiares, vecinas y amigas por montañas de páginas  que en ocasiones desorientan y confunden.

Es como si nos diera vergüenza preguntar, mostrar nuestro desconocimiento o cómo decía una gestante tras animarle a exponer sus dudas, es que son preguntas tontas.

Os animo a valorar el sentido común. Por muchos libros que leáis, decidir con sensatez con esa primera idea que os venga a la cabeza. A mí me vino bien, en su día, aceptar la  humildad de la inexperiencia para preguntar y convivir con las dudas como parte del proceso de ser madre. Si yo os contara… Recordad que todas y todos (hablo de  profesionales) hemos aprendido errando.